«Pequeño Walter», le llamaban. A menudo se intercalaba algún epíteto de cuatro sílabas, que reflejaba la altura del respeto que inspiraba su talento musical, y el nivel que podía alcanzar su ira.

Puede que fuera pequeño de estatura, pero no había nada diminuto en su influencia ni en su actitud. Musicalmente, Marion Walter Jacobs era un gigante. El blues, de la variedad eléctrica de Chicago, era su especialidad. La armónica, soplada a través de un micrófono en forma de bala, era su instrumento preferido. Jacobs se inspiró en lo que oía: la espontaneidad y el swing sofisticado del jazz, la distorsión y la cruda majestuosidad del blues eléctrico para crear un vocabulario fluido y ardiente.