El Sueño Americano siempre ha sido un espejismo para todos menos para la élite. Es especialmente inaccesible para quienes somos, como cantó una vez Curtis Mayfield, más oscuros que el azul. Desde la esclavitud hasta Jim Crow, pasando por el complejo industrial penitenciario, la guerra de bandas y otros horrores, el juego ha parecido durante mucho tiempo amañado contra los negros. Ya sea la soga alrededor de nuestro cuello o la rodilla apretada contra ella, parece que los negros no debemos morir de muerte natural ni salir de aquí con nuestra cordura intacta. Sobre todo si el código postal donde vivimos, o donde hemos nacido, está en el barrio. La perdurable tragicomedia nacional del racismo y la exclusión sistémicos es lo que hace que la historia de Jay-Z, de la pobreza a la riqueza, sea tanto una confirmación como un repudio de la mitología del Sueño Americano.