«No tienes necesariamente que escribir para ser poeta», dijo una vez Bob Dylan. «Hay gente que trabaja en gasolineras y son poetas. No me llamo poeta porque no me gusta la palabra. Soy trapecista».

Quizá Bob Dylan siempre se ha resistido a las etiquetas porque se ha visto definido y redefinido en público muy a menudo. Al principio fue aclamado como el heredero musical de Woody Guthrie, un rebelde con causa, el más prometedor y galvánico de los jóvenes folkies neoyorquinos a los que Pete Seeger llamaba «los hijos de Woody».

Luego se transformó en un rock and roll renegado, una visión demacrada vestida de negro que desataba su corriente de conciencia con un ritmo descarnado y creaba un nuevo tipo de música pop que era brillante, desafiante, incluso francamente peligrosa.