La historia que cuentan Kenny Gamble y Leon Huff sobre su primer encuentro en un ascensor del edificio Schubert, en la calle Broad de Filadelfia, en el verano de 1964, suena muy bien, tanto en sentido literal como figurado.

En aquella época, el Schubert era el equivalente en Filadelfia del Brill Building de Nueva York, y sus oficinas estaban ocupadas por prácticamente todos los personajes clave del negocio musical de la ciudad.

Estaban allí porque cada uno de estos ambiciosos jóvenes afroamericanos -uno (Gamble) cantante, el otro (Huff) pianista, y ambos aspirantes a compositores- habían conseguido abrirse paso en algunas puertas de oportunidades recién abiertas con empresas locales de composición/producción establecidas, hambrientas de un trozo del burbujeante pastel de la música soul.