A lo largo de la década de 1960, las canciones de Jeff Barry y Ellie Greenwich se erigieron como el epítome del pop.

Evitaron el (relativo) comentario social y los arreglos de Broadway de sus compañeros casados (Goffin y King, Mann y Weil) por temas que encajaban con sus propias personalidades: declaraciones delirantemente vertiginosas sobre el amor, la lealtad, la lujuria y -en las raras ocasiones en que sus artistas, casi todos femeninos, necesitaban un cambio de tacto- también sobre la pérdida.

Las melodías eran, típicamente, igual de alegres, y no por ello peores. Barry y Greenwich no sólo escribieron algunas de las canciones más descaradamente comerciales de aquella década, sino también algunas de las más duraderas.